UN MODELO DE SACERDOCIO “DIFERENTE” AL ANTIGUO
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Lo mismo el templo de Jerusalén que los templos paganos tenían zonas muy reducidas como lugares sagrados o santísimos, y sólo podían penetrar en ellos los sacerdotes.
En el Evangelio vemos que el pueblo tenía que esperar fuera mientras se ofrecía el sacrificio (cfr. Lc.1,10.21). Incluso los simples sacerdotes debían abstenerse de entrar en el “Sancta Sanctorum”: Estaba protegido por un velo que sólo podía atravesar el Sumo Sacerdote una vez al año (el Día de la Expiación) después de una semana de purificaciones.
Sin embargo, cuando Cristo murió en la cruz el velo del templo “se rasgó en dos, de arriba abajo” (Ev. Mateo 27,51). Había quedado abierto a todos el acceso directo al santuario. Podríamos decir,pues,que los fieles de la Nueva Alianza no corresponden a los laicos de la antigua,sino más bien a los sacerdotes.Se trata de un “pueblo de sacerdotes”
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1ª Pedro 2:9).
«Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1ª Pedro 2:25).
“…e hizo de nosotros un reino y sacerdotes para su Dios y Padre…” (Apocalipsis 1: 6:5).
En significativo que, para construir sus iglesias, los cristianos no eligeron el modelo arquitectónico del templo pagano, sino el lugar de reunión pagano, la basílica: Tenían que dar cabida a toda la comunidad porque es toda la comunidad quien ofrece la eucaristía. También a esto se refiere el “sacerdocio común” del que hablamos más arriba.
Esto no significa, evidentemente,que en la celebración de la eucaristía todos puedan hacer las mismas cosas. Cada uno tiene un “servicio” o “ministerio” particular. Sólo el ministro ordenado puede presidir la celebración, pero es la asamblea entera quien celebra.
Esos ministros ordenados, al no responder ya al esquema de “personas profanas” no reciben en el Nuevo Testamento el nombre de iereus (“sacerdotes”), sino otras designaciones tales como “sirvientes” (doulos: Rom 1,1), “ministros” (diáconos: 2 Carta a los Corintios 2, 6;6,4; Col 1,23.25; Ef 3,7), “presidentes” (proistamenoi: Rom 12,8;1 Tes5,12), “directores” (egoúmenoi: Hech 15,22;Heb 13,7) y, sobre todo, “ancianos” (presbíteroi: Hech 11,30; 14,23; 16,4; 20,17; 21,18; Sant. 5,14; 1 Pe 5,1.5; 1Tim 5,17.19; Tit 1,5).
Tampoco por su estilo de vida respondían al modelo de segregación (un “mago revestido de poderes”) que caracterizaba a los sacerdotes de las demás religiones: trabajaban como cualquiera, apreciaban el celibato (cfr. 1Cor 7) pero éste no era condición sine qua non para la ordenación y no usaban ninguna vestidura especial. Las pinturas de las catacumbas de Priscila y Calixto ponen de manifiesto que los presbíteros vestían como los demás no sólo en la calle, sino incluso durante la celebración eucarística.
Era, sin embargo,demasiada novedad para unos hombres que vivían rodeados de religiones sacrales y ya a principios del sigle III -antes, por lo tanto, de Constantino- empezó a modificarse su estilo de vida, aunque no sin la oposición de quienes querían proservar la originalidad del ministerio cristiano.
Se conserva, por ejemplo, una carta del Papa Celestino 1 dirigida a los obispos de las Galias (provincias de Vienne y Narbona) el año 428, cuando supo que algunos presbíteros empezaban a usar hábitos semejantes a los monjes, en la que dice:
“Debemos distinguirnos del pueblo y de los otros por nuestra doctrina, no por nuestros vestidos; por nuestra conducta, no por nuestros hábitos; por la pureza de nuestra alma, no por nuestro atavío”.
Algo similar podríamos decir del celibato obligatorio que, propugnado por vez primera en el Sínodo de Elvira (año 305 ó 306), no se generalizó en la Iglesia occidental de una manera efectiva hasta el siglo XII. Todavía en el siglo XI, un obispo de Lieja se quejaba de que debería deponer a todo su clero si tuviese que aplicar las medidas disciplinarias eclesiásticas.
No debe extrañarnos que, paralelamente a esa evolución, se recupera el título de “sacerdotes” para los ministros del Evangelio. El primero en emplearlo fue Hipólito de Roma, ya a fines del siglo II, y poco después Polícrates llama “sacerdote” al apóstol Juan.
LOS SACRAMENTOS DEL CRISTIANO
Llega ya el momento de resumir nuestra reflexión. De lo dicho hasta aquí se deduce que es inútil buscar a Dios en los lugares y tiempos “sagrados”, porque no existen. A Dios se le encuentra en lo profano (“pro-fanum”=fuera del templo), y, por tanto, no se trata de vivir religiosamente algunos momentos de la vida, sino la vida entera.
Y, sin embargo, frecuentamos el templo. Los sacramentos, como veremos, serán necesariamente celebraciones de la vida. “Celebramos en el templo lo que se realiza fuera del templo, en la historia humana”
De esto se deduce que, obviamente, el culto del templo nunca podrá celebrarse en perjuicio del servicio al hermano. Dios siempre “cede sus derechos”: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Marcos 2,27).
Y si Dios cede sus derechos -como decía Bonhöffer- “no debemos ser más religiosos que el mismo Dios”.
Lo malo es que para muchos cristianos los sacramentos siguen siendo ritos al margen de la vida. Son hombres “religiosos”, más que hombres cristianos (aunque invoquen a su Dios como Padre de Jesucristo). Han accedido a los sacramentos sin un suficiente discipulado.
Una anécdota ejemplifica perfectamente este problema: Los monjes romanos que habían ido a evangelizar Inglaterra en el s. VI preguntaron al Papa San Gregorio Magno: “¿Qué hacemos con los templos de los ídolos?” Y él, en una carta por lo demás muy interesante, respondió: “Muy sencillo: Quitad a los ídolos, poned a Jesucristo, y todo estará en su sitio”.
Pero, realmente, hay mucho más que mejorar que eso.
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